EL SECUESTRO

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CON MOTIVO DE LA EXPOSICIÓN DE TITO PÉREZ MORA, TITULADA (1/8), EN  TWIN GALLERY, MADRID, STOP THE WINTER SE DETUVO A PENSAR ESTA OBRA

 

Vivimos secuestrados por nuestras deudas, por nuestros propósitos, pero sobre todo por los de otros; casi todo lo que hacemos no es una decisión propia, estaba ya pensado, estaba ya organizado; estás amordazado, atado a esa silla, a ese trabajo, a esa persona, a ese lugar.

 

Hay otros secuestros, los que uno se impone, los del silencio, los de la mirada o los del viaje; y todo buen secuestro exige un rescate, algo que le de un valor utilitario, un baremo determinado por nuestra existencia; todo intercambio posee condiciones; no hay secuestro sin prueba de vida, sin una demostración de que aquel sigue respirando, que existe, a pesar de las mordazas o de las imposiciones. A pesar de los poemas.

 

La intención, en este proyecto, es liberarse del estudio, salir a vivir experiencias propias. El Land Art[1] busca nuevos espacios de experiencia, los pioneros de esta manera de trabajar actuaban como ingenieros, topógrafos, constructores y poetas; aquí estamos ante alguien que ha elegido los materiales más elementales de registro y con un bagaje que parece querer poner a prueba, ha elegido la deriva, aquella idea situacionista bajo un método cercano al Land Art pero como comportamiento morfológico diferente, buscando nuevas relaciones, de lo interior a lo exterior y vuelta al estudio, como si fuera su cabeza, a poner orden. En la obra interviene el azar, pero un azar constante, cercano al deambular –dentro del cráneo también- y simultaneando la experiencia del encuentro, con la del olvido, o quizás, la que quisiera olvidar el artista. Nos encontramos ante una inspección de comportamientos basados en la orientación, en las enseñanzas de aquello, en el afán por la transformación.

 

Hay en todo este proyecto la voluntad de medir, o de resucitar; Goethe descubrió que la distancia entre su habitación en Weimar -ahí donde reposaba su talento, la belleza romántica más intensa, la sombra y Werther- estaba a una hora de camino de los caballetes sobre los que se ataba, violaba y golpeaba en Buchenwald, de modo que las distancias son importantes, todas y componen su relato, todas. La medida entre nuestro ano y nuestro sexo, ese breve espacio de piel, también lo es y posee la capacidad de hacer el relato más abyecto, bello, y estremecedoramente triunfante de los posibles, en esos 15.3 centímetros[2] está todo. Fuera de la mirada.

 

Un iceberg se rompe, se raja, como un papel. Las personas también lo hacen. Las fracturas no cambian el mundo, pero si nuestro modo de participar en él. Nuestro iceberg nos muestra un octavo de lo que está ahí, es un iceberg conceptual que nos muestra lo que no está ahí, nos muestra otra cosa.

 

Hemos ido a la Luna como borrón y cuenta nueva, dicen que por saber de aquello, ¡no! era una manera de limpiar el siglo XX, de olvidar sus trincheras, sus bombas atómicas, sus campos de concentración. La música de ese siglo, el tono y el ritmo, lo han dado los gritos de los caudillos y de las víctimas; el dolor ha hablado sin parar. Mirar ahora este infinito helado nos muestra ese griterío, esa queja y ese lamento, de un modo lento, blanco y lleno, de nada. Sólo quedaba marcar el territorio, poner una bandera, como en las estrategias militares, como en los planos, una bandera, una conquista, por falta de palabras, una tela.

La contemplación de aquello es la oración de esta obra, el matrimonio de lo físico, de lo ausente y del hombre. Cada viaje trae su relato, este era necesario. Hizo miles de kilómetros para encontrar algo que ya tenía; toda esa intensidad, toda esa blancura no es luminosa, es posible que sea la ceguera del artista, que hizo el recorrido que hay entre lo desconocido y lo conocido, también en su cráneo. Igual necesitaba cerrar los ojos, deslumbrado, para poder ver (pensar) aquella inmensidad de impresiones endógenas[3], sensaciones cinestésicas[4] e impulsos escópicos[5].

 

Dice Didi Hubermann[6], que el cerebro desconoce el espacio del cráneo que lo alberga, que no sabe medirlo desde dentro, que no es capaz de pensarse; dice que hay una distancia entre la masa gelatinosa y el casco, milímetros gigantescos. Quizás ese es el espacio que buscaba, esa inmensidad del milímetro; en la obra en la que dibuja un kilómetro en blanco sobre papel vegetal hay una pulsión de perdedor, sabe dónde acaba todo, sabe el rango de esa empresa, sabe que no puede ganar, pero lo hace como el que respira: pausado, insistente, como el hálito fundamental; eso le ha mantenido vivo, durante un kilometro, un kilómetro pequeño, sin comparación con el enorme milímetro aquel del cráneo.

Hay varias derivas, la situacionista, la psicogeográfica, la náutica y la que se pretende aquí, que se acerca más a la derrota, a las dos, a la náutica y a la vital. Uno no puede permanecer más que mudo ante este dibujo. Me trae a la memoria a On Kawara cuando trata de retener el tiempo, pero creo que aquí se trata de apoderarse de ese kilómetro, a través (ahora) de la acción y de la invocación. Una acción o una performance -se me escapa- lo deberíamos llamar action drawing, como las pinturas de Jackson Pollock, aparentemente azarosas, siempre eyaculadoras del yo, pero justo al revés; aquí lo que se insinúa como control es precisamente lo que no consigue, el azar de la acción se impone militarmente, como un mandato que hay que cumplir, como un samurái del dibujo, como un constructor de espacio, de medida y de tiempo. Es un acto espiritual de búsqueda del Yo que ha perdido, justo al revés que Pollock.

 

Este proyecto trata de determinar longitudes, de anotar, de marcar lo imposible y trata de mostrarnos aquella enorme aventura de oscuridad en un estado anterior. Es una obra luminosa, que muestra lo que de otro modo no podemos ver – pues también permanecemos cegados- vivimos en la sociedad de lo táctil, la pantalla táctil, la tecnología táctil, el reconocimiento de la voz, la huella del hombre en esa maldita ventanita llena de luces; pero jamás estuvimos más lejos uno de otro, físicamente, los artistas convocan ideas, muchos no las hacen con sus manos, con su cabeza; pero no éste que se ha negado a no hacer, es un homo faber en estado anterior, en estado de gracia. En su último proyecto lijó un cuadro a mano, no dejó que se interpusiera una lijadora eléctrica, con las manos; otra vez actúa como un gladiador que pule el tiempo, que lo humedece, lo vuelve a pulir, lo perfila, sabiendo que puede ganar o perder. Nos trae una lista de humanos enterrados en la nieve, conservados formidablemente y no ha sido capaz más que de dar cuenta de ello, con una máquina de escribir, pulsando cada tecla, recordando cada persona, sobre papel de plata, aislante, es un oxímoron, (pero) es su rescate a este secuestro.

 

Se ha empeñado en dar cuenta de su vida, a darnos muestras de que aún está aquí, dar fe, con un clavo cortado, con un clavo que advierte: usted está aquí; en una de las partes del clavo, la que recibe el golpe, la de ligazón, la que penetra, pero sólo en una de esas partes. Es un clavo desaprovechado y nos recuerda que nosotros estamos ahí.

 

Las fotos no son de superficies, son de instantes. El sabe que aquella imagen es lenguaje, es otra cosa, un espacio complejo, uno inclinado ante su mirada: “hasta aquí he llegado”.

Este sujeto-artista se diluye en esos espacios, en esas medidas -donde sólo vemos un octavo de lo posible- se pierde como único método de encontrarse con incertidumbres; parece que ha realizado o transformado contextos a partir de contextos, quizás por lo único importante: por vivir.

 

Sólo queda pensar que todo esto son resultados complejos de procesos metamórficos, sin mutaciones, con convencimientos, muchos; Tito Pérez Mora sabe a qué erosiones está dispuesto y a cambio de qué, su vida está en juego y este es el rescate que ha podido reunir.

[1] Surge en 1968 en EEUU con la intención de liberarse de las instituciones y códigos establecidos en el arte; surge también de una fascinación por conectar arte y experiencia.

[2] Medida tomada por el autor del texto en el cuerpo de Tito Pérez Mora.

[3] originario dentro de una cosa

[4] percepción del movimiento, nacida de la lógica sensorial

[5] impulso a ver, a mirar y capacidad de percibir imágenes, sobre todo la de uno mismo.

[6] Didi-Huberman, Georges. 2009. Ser Cráneo.

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